viernes, 10 de febrero de 2012

TERRORISMO Y VENGANZA, (A propósito de Múnich de Spielberg)

Creo que fue justo al final de una clase cuando escuchamos una fuerte explosión. Por las ventanas, vimos una gran humareda cercana al edificio donde se encontraba la procuraduría. Un amigo salió corriendo entonces, porque recordó una diligencia judicial que tenía su padre en el ente de control.  En épocas anteriores a los celulares, era más fácil llegar al lugar donde ocurrieron los hechos, a aventurarse a perder una moneda en los siempre dañados teléfonos públicos.
Mis amigos comenzaron a insultar a los supuestos terroristas y a sugerir penas que iban desde la cadena perpetua a la muerte e, incluso, la tortura. En 1989, tres años antes, Pablo Escobar había hecho estallar una bomba cerca al edificio del DAS, la policía secreta colombiana. Más de 70 personas murieron y más de 600 quedaron heridas en aquel acto. Los recuerdos de estos y otros crímenes estaban muy frescos en la memoria. Para entonces lo normal era pensar que la explosión había sido el resultado de un atentado terrorista, uno más de los cientos que poblaron nuestras pesadillas en aquellos horribles años de guerra frontal contra el ejército de Pablo Escobar.
Unas horas después nos enteramos que en realidad no hubo ningún atentado. La explosión y la humareda eran producto de un tanque de gas que de forma accidental había estallado en un restaurante cercano.
Cuando pienso en Múnich, la película de Spielberg, no dejo de recordar los acontecimientos de aquel día. Al juzgar a Golda Meir y su decisión de iniciar la operación “Cólera de Dios,” me pregunto qué hubiera hecho yo luego de la masacre de las olimpiadas en 1972.  Tras la distancia que da el tiempo, sin el dolor de los muertos, es fácil pensar mejores alternativas. La venganza, natural luego de semejantes crímenes, nubla la razón y nos convierte en victimarios.
Sólo el tiempo puede mitigar nuestro deseo de venganza. Si hay tiempo para meditar lo acontecido, se descubre que los sospechosos tal vez no son los responsables, como en el caso del tanque de gas en Bogotá, o que los medios para ejecutar la venganza traerán más problemas que soluciones, como pudo haber previsto el Mosad, luego de la masacre de Múnich. Quizás por eso, al inicio de la película cuando a Avner Kaufman (Eric Bana), le preguntan si aceptará la misión de asesinar a los terroristas de Septiembre Negro, le dan solo un día para que se decida. Con más tiempo, Avner podría haber predicho las venganzas que suscitaría su venganza, los asesinos que nacerían de sus muertos, la espiral interminable de violencia de la que sus acciones harían parte inútilmente.
Basada en la versión que George Jonas en su novela Venganza  hace de la Operación Cólera de Dios, Spielberg nos cuenta cómo un grupo de inexpertos agentes encubiertos asesinan uno a uno a los supuestos culpables de la masacre de Múnich. El punto de partido tanta de la novela como de la película son los pocos hechos que se conocen de los homicidios perpetrados por el Mosad.  El palestino Abdel Zweiter (Makram Khoury) es asesinado en Roma con once disparos, Hamshari (Yigal Naor) muere por la explosión de una bomba instalada en su teléfono, en tanto que  Husein Abad Al Chir (Mostefa Djadjam) fallece por el estallido de un explosivo ubicado en su cama.
No es un recuento histórico, sin embargo. Según Zvi Zamir, director del Mosad, los homicidios fueron cometidos por grupos diferentes y no por un solo equipo como sucede en la película. Además, los verdaderos agentes de la agencia de inteligencia Israelí eran expertos en su trabajo y no novatos aprendiendo a hacer las difíciles tareas de la contra violencia.
Apartándose de la realidad, sin embargo, el filme gana en profundidad sicológica. En cada homicidio, Avner y su equipo pierden la inocencia y la humanidad con que empiezan la película.  Muy al estilo de Walk on Water (Eytan Fox, 2004) o The Departed (Martin Scorsese, 2006), Múnich es la historia de la decadencia física y moral que sufre una persona encargada de cometer actos violentos. Este itinerario hacia la auto destrucción difícilmente se habría podido relatar, si cada homicidio tuviera un diferente personaje principal.
Spielberg ha reconocido que su objetivo al hacer la película fue resaltar algunos dilemas sobre cómo responder las acciones terroristas (ver, minuto 3,44). En este sentido, la película no es a favor o en contra de operaciones como Cólera de Dios. En Múnich, hay razones que justifican la contra violencia. En primer lugar, Spielberg sugiere que la venganza está justificada por la necesidad de hacer catarsis y de disuadir a los criminales, tal como sugiere Robert Solomon en su clásico libro, Justice and the passion for vengeance.[1] Ephraim (Geoffrey Rush), el enlace entre el equipo de Avner y el Mosad, sugiere que los asesinatos sean con bombas para causar un mayor impacto y para que los terroristas sepan qué sucede cuando alguien se enfrenta a Israel.  La idea es simple, si alguien desea atentar contra de algún ciudadano israelí, deberá pensarlo muy bien, porque su crimen no quedará impune.  Por otro lado, la venganza también parece ayudar a manifestar un clamor popular, a sanar el dolor producido en la psiquis colectiva de un recién abatido pueblo. Al inicio de la película, cuando Golda Meir (Lynn Cohen) explica a Avner su futura misión, las consideraciones políticas están siempre presentes, la primera ministra sabe que sus acciones deben representar el clamor popular de venganza.
En contra de las operaciones contra violencia, Múnich se pregunta por la efectividad de este tipo de acciones. En una de las últimas escenas, un abatido Avner reclama a Ephraim, “No hay paz al final de esto, no importa qué creas. Sabes que es cierto.” Los asesinatos en contra de los terroristas parecen producir el resultado contrario al deseado, en lugar de disuadir alientan a más personas a vengar los nuevos homicidios. El resultado de la venganza es un ciclo de muertes que no tiene final: “¿Logramos algo? Cada hombre que asesinamos ha sido remplazado por uno peor” pregunta Avner,  “¿Para qué cortar mis uñas? Ellas crecerán de nuevo,” contesta Ephraim.
Múnich también cuestiona el precio a pagar por la venganza. Luego de un homicidio, Steve (Daniel Craig), el más violento de los miembros del grupo, defiende los asesinatos diciendo, “Jamás podremos detenerlos si no actuamos como ellos.” Al inicio de la película, Golda Meir justifica la Operación Cólera de Dios diciendo, "Cada civilización encuentra necesario negociar componendas con sus propios valores.” 
¿Qué sucede cuando las víctimas copian los métodos de los victimarios? Al final, según Múnich es difícil reconocer la diferencia entre unos y otros. Carl (Ciarán Hinds), el experto en falsificaciones del grupo, afirma luego de un fuerte altercado con Steve, “Actuamos como ellos todo el tiempo. ¿Qué, acaso crees que los palestinos inventaron los baños de sangre? ¿Cómo crees que conseguimos controlar el territorio? ¿Siendo amables?” Por su parte, Robert (Mathieu Kassovitz), un juguetero encargado de crear los artefactos explosivos, reconoce antes que nadie la factura que están pagando los miembros del grupo: “Somos judíos, Avner. Los judíos no hacen el mal solo porque sus enemigos lo hacen… Haber sufrido miles de años de odio no nos hace decentes. Supuestamente somos justos. Es algo hermoso, es judío. Eso era lo que sabía, lo que me fue enseñado. Ahora, lo estoy perdiendo y, si lo pierdo, eso es todo, es mi alma.”
Perder el alma y convertirse en el enemigo parece ser un precio muy alto a pagar en retorno de los escasos beneficios de la venganza. En The last days (Spielberg, 1989) una sobreviviente de Auschwitz confiesa, “Todos los días me proponía rezar y sonreír. Me habían quitado todo, los vestidos, el dinero, mi integridad física. Ellos no podían ganar, no podrían quitarme mi alma.” Si la venganza implica, como sugiere Múnich, ceder el carácter al victimario, entonces la batalla final de la lucha, aquella en la que decidimos quiénes somos, se habrá perdido.
Otro de los problemas de las medidas de contra violencia está en la posibilidad de causar víctimas civiles, personas no relacionadas con los atentados terroristas. A pesar de que la Operación Cólera de Dios es llevada a cabo, al inicio, con el mayor esmero por solo asesinar a los directamente implicados en la masacre de Múnich, en los homicidios de Muhammad Youssef al-Najjar (Dirar Suleiman), Kamal Adwan (Ziad Adwan) y Kamal Nasser (Bijan Daneshmand), un policía libanés, un ciudadano italiano y la esposa de Najjar fueron asesinadas.
Por otro lado, el fragor de la venganza no permite reconocer quiénes son los verdaderos culpables. Por la operación La Colera de Dios, de hecho, fue asesinado Ahmed Bouchiki, un camarero marroquí a quien los comandos del Mosad confundieron por Ali Hasan Salameh. Además, existen fuertes evidencias que sugieren que algunos de los asesinados como Kamal Adwan no tuvieron relación alguna con las operaciones de Septiembre Negro. Aunque Avner, en la película de Spielberg, se pregunta si los supuestos terroristas asesinados eran, en realidad, los responsables de la masacre de las Olimpiadas, el filme no se refiere al asesinato de Bouchiki. Es difícil entender por qué, si el objetivo de Múnich era preguntarse por los dilemas éticos que suscitan las respuestas al terrorismo, Spielberg no menciona uno de las consecuencias más graves de la Operación Cólera de Dios.
Al final de la película, Avner y Ephraim discuten en Brooklyn sobre las virtudes y defectos de las acciones en contra de los terroristas. El escenario no es Israel, Avner tiene miedo de regresar a lo que fue su patria. Ahora el telón de fondo son las torres gemelas. Luego de Irak, de Afganistán, Spielberg nos alerta. Después de la explosión, de los vidrios rotos, de las heridas, de los muertos, de los desaparecidos, ten mucho cuidado, piénsalo bien, está alerta. No lo dudes, tú también desearás causar otros muertos, pero de ti depende, no de tu agresor, la respuesta que vas a dar ¿Qué vas a hacer? ¿Qué bombas lanzadas desde el cielo vas o no a patrocinar? La responsabilidad es solo tuya, así para darla tengas que salir del infierno.


[1] Solomon, R.C. (1990) en R. C. Solomon y M. C. Murphy: “What is Justice? New York: Oxford University Press.

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