Todos aquellos que defienden
justificaciones consecuencialistas de la pena, deberían hacer el siguiente
ejercicio, explicar por qué Bernie Tiede debe estar en la cárcel. Es un caso
extraño, sin duda, uno de esos que uno no puede creer, sobre todo luego de escuchar
a quienes conocieron a Bernie decirque él era un santo, que si mató a Marjorie
Nugent, todos podemos cometer un homicidio algún día.
Basada en la investigación
periodista hecha por Skip Hollandsworth, Bernie
cuenta con humor negro la historia de un asistente de una funeraria que en
una noche de desesperación asesina a la viuda Marjorie Nugent, de 81 años de
edad. Bernie, sin embargo, no es solo
una comedia, también es un documental. Con excepción de Shirley MacClaine
(Marjorie Nugent) y Jack Black (Bernie Tiede), la mayoría de personajes son
habitantes de Carthage, el pueblo de Texas donde ocurrió el homicidio. Esa
combinación extraña de burla y narración, aunque ofensiva para algunos de los
implicados, permite analizar sin dramatismos una historia increíble, de esas
que prueban que la vida es más imaginativa que el más imaginativo de los
legisladores.
A diferencia de las posiciones retributivas
y restitucionistas, el consecuencialismo, como su nombre lo indica, justifica
la pena por las consecuencias de la sanción. En términos generales, se cree que
la sociedad estaría mejor con un sistema punitivo que sin él. La resocialización
de los criminales y la prevención del delito son los resultados generalmente
esperados por aquellos seguidores de este tipo de teorías.
Ahora bien, ¿Necesita Bernie ser
resocializado? Al menos para la versión del personaje dada por la película y
para la mayoría de personajes de Carthage entrevistados por Hollandsworth,
Bernie Tiede es un gran hombre, uno de los mejores que ha pasado por ese
pequeño pueblo de Texas, uno que jamás asesinará a otra persona. En contra de
esta versión, el fiscal de distrito, Danny Buck (Matthew McConaughey), sugiere
que Bernie es en realidad un peligroso criminal, uno que se hace amigo de las
viudas para asesinarlas y quedarse con toda su fortuna.
Si uno sólo transcribe los
hechos, la posición del fiscal parece ser la más verosímil. Bernie, un hombre
de edad madura, con una profesión no bien paga ($18.000 al año), con muy
costosas aficiones y con un compulsivo afán por gastar, gana el corazón de la
viuda más rica del pueblo y la asesina unos meses después de que ella lo
convierta en su único heredero. Por fuera
de la cárcel, es un peligro para otras viudas, dirá Buck sobre Bernie.
Uno empieza a creer en la
inocencia de Bernie, cuando uno ve la película y escucha a quienes le conocieron.
Bernie no solo era atento con Marjie, lo era con cuanta viuda había en
Carthage. En los servicios funerarios, las consolaba, las cuidaba, incluso les
cantaba sus himnos preferidos. Cuando
muera, espero que Bernie cante en la ceremonia, así podré llegar más rápido al
cielo, diría una las habitantes de Carthage.
Por lo demás, Marjorie Nugent
parece ser una de esas personas capaces de crear un ataque de ansiedad incluso al
más relajado monje budista. En una entrevista al New York Times, su sobrina
describe cómo Marjorie llegó a torturarla, cómo luchó por su custodia a toda
costa, pagando incluso a costosísimos abogados e inventando historias en contra
de su padre para obtenerla. El cadáver de Marjorie, de hecho, solo fue velado
por unos pocos familiares, más interesados en reclamar la herencia que en llorar
a la víctima. En pocas palabras, así como a Bernie todo el mundo lo quería en
el pueblo, a Marjorie no la aguantaban ni su familia más cercana.
Si al carácter frágil de Bernie,
a su vida atormentada por la temprana muerte de su padres, a su compulsión por
ayudar a quien necesita ayuda, uno le suma el carácter posesivo de Marjorie y su
obsesión por controlar a las personas como si fueran su propiedad, la
explicación más plausible es que Bernie sufrió un algún tipo de episodio
sicológico que lo llevó a cometer un crimen que jamás volverá a perpetrar. En
este sentido, no es exagerado afirmar que la resocialización es innecesaria.
Ahora bien, ¿justifica la
prevención del delito la pena de Bernie? A pesar de los muchos estudios
sicológicos sobre el tema, en esta pregunta siempre habrá mucho de
especulación. En regímenes autoritarios en los que los delitos se castigan
incluso con crueles torturas, las personas siguen delinquiendo, tal vez
impulsadas por lo que en sicología se ha llamado optimistic bias, convencidas de que ellas serán la excepción y
jamás serán capturadas.
En todo caso, no creo que la
cadena perpetua de Bernie contribuya en mucho a la prevención del delito. Me
cuesta pensar que existan muchos criminales en potencia, dispuestos a pasar
años entre cadáveres, a cuidar a quejumbrosas viudas, a cantar en los servicios
funerarios, a organizar musicales en las Universidades y todo aquello que Bernie
hacía por la comunidad, sólo con el fin de ganarse el corazón de una viuda a la
cual luego asesinar. Además, si nos
atenemos a una justificación simplemente consecuencialista, al juzgar a Bernie,
habría que tener en cuenta todo el bienestar que trajo a su comunidad, la
alegría que llevó al pueblo al fomentar el arte y al preocuparse por aquellos
sectores que el progreso y la velocidad de la vida contemporánea dejan de lado.
No sé cuál sea la acción justa a
tomar en el caso de Bernie. Quizás una pena menos severa se justifique apelando
a otro tipo de fundamentaciones éticas. Es posible, también, que una visión
consecuencialista de la regla cuyo principal valor sea la retribución pueda
explicar la sanción impuesta. Lo cierto del caso, sin embargo, es que Carthage
llora el encarcelamiento de Bernie y espera que algo pase para poder recibir a
su habitante predilecto.
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