En medio del juicio en contra de la oficina de
abogados que lo despidió por tener SIDA, Andrew Beckett (Tom Hanks) dice que
ama ser abogado, porque de vez en cuando gracias al derecho se logra la
justicia. Tiene razón Beckett, de vez en cuando, aunque en las películas casi
siempre el veredicto es justo. Quizás por esa extraña eficacia de la verdad en
el cine y porque al inicio del litigio, el abogado de Andrew, Joe Miller (Denzel
Washington), nos dice que ese no será un proceso como los que se ven en los
filmes y que al final no habrá un último testigo que salvará el caso, uno se
imagina que se ganará el juicio sin mayores sobresaltos y que el drama estará
en otra parte.
Y lo está. Más que una película sobre un
litigio, Philadelphia es un filme
sobre el SIDA, la discriminación y el homosexualismo en la ciudad. Sobre la
discriminación que reciben los pacientes por tener una enfermedad letal y la
que sufren los homosexuales por el sólo hecho de tener una diferente
orientación sexual. Desde el inicio del filme, ese ya icónico video en el que
Bruce Springsteen recorre las calles de la ciudad cantando Streets of Philadelphia, uno se da cuenta de los múltiples
contrastes, de los sutiles e invisibles mundos donde habitan algunos de los más
ricos centros financieros rodeados de una de las poblaciones más pauperizadas en
los Estados Unidos.
En medio de esa Filadelfia, Andrew Beckett es
un abogado brillante, trabajador y exitoso. Su talento y su empuje lo han
llevado a ascender en la firma de abogados para la que trabaja y a ser
encargado de uno de los casos más importantes. El prometedor futuro estaría
asegurado, sino fuera porque uno de los socios descubre una lesión del sarcoma
de Kaposi en su frente. “Es una herida que me hice jugando raquetbol”, dirá
Andrew para esconder su enfermedad. Asustados y rabiosos, los socios deciden
hacer una patraña para justificar el despido de Andrew, ocultan una carpeta que
él debía presentar para el más importante proceso y la aparecen luego, en el momento
necesario para desprestigiar a su abogado y ganar el caso al mismo tiempo.
Sin trabajo y enfermo, Andrew decide demandar a
sus anteriores empleadores, pero no encuentra quien lo represente. Después de ser
rechazado por nueve abogados, Andrew finalmente logra que Joe Miller, un homofóbico
caza-ambulancias, acepte encargarse del caso. La película nos relata luego un
aburrido proceso en el que quizás lo único interesante sea una cámara puesta
desde la perspectiva del jurado, y en el que, como era de esperarse, la firma
de abogados es condenada. Andrew finalmente muere rodeado por el cariño de su
siempre comprensiva familia y de su
pareja Miguel Álvarez (Antonio Banderas).
Philadelphia fue una de las primeras películas con
alto presupuesto en Hollywood sobre el drama que vivían los pacientes con SIDA
de la época. Aun así, el filme ha sido fuente constante de críticas por parte de
varios académicos. En primer lugar, se le critica, con acierto, que Andrew
aparezca solo, sin apoyo de la comunidad homosexual, un grupo que generó
vínculos de ayuda muy fuertes durante la época más dura de la epidemia.[1]
Aunque la dinámica de transformación de Miller de homofóbico a respetuoso de
las orientaciones sexuales de los demás añade profundidad a la película, lo más
lógico habría sido que la defensa de Andrew hubiera sido llevada a cabo por un miembro
de las decenas de organizaciones que los homosexuales crearon para proteger sus
derechos.
Las escenas entre Andrew y Miguel, su pareja,
también han sido objeto de fuertes críticas. Durante la película, la mayor
demostración de afecto entre los dos es un romántico baile, nunca se besan,
nunca tienen expresiones que no pudieran tener dos buenos amigos. Miguel, por su
parte, llevado por sus pasiones y siempre distante de su pareja, parece más el
producto de los estereotipos que los latinos tenemos en Estados Unidos que un
personaje creíble y serio.
El litigio, por lo demás, es tan plano en su
narrativa, que la abogada que defiende a la oficina de abogados tiene que decir
“Odio este tipo de casos” para añadir el dramatismo ausente. El problema jurídico
de fondo, de hecho, es sólo probatorio, aunque la película se empeñe por
decirnos lo contrario. Dado que las leyes y los precedentes están a favor del
demandante, el quid del asunto es, por supuesto, cómo establecer los hechos. Aun
así, para no desentonar con el mensaje que el filme pretende divulgar, los
discursos y preguntas de Miller convierten al proceso en uno en contra de la
discriminación. Al final, nos encontramos oyendo sentidas declaraciones sobre
la posición de los homosexuales en la sociedad, aunque el caso se gana porque
uno de los jurados no cree que sea posible ascender a una persona y luego
expulsarla por bajo rendimiento.
Pese a todos sus problemas, Philadelphia es, sin embargo, una
película hito en la historia de las minorías en los Estados Unidos. Hace unos
meses, escuché un programa en NPR, en el que una actriz que participó en la
filmación contaba que varios de los extras habían sido escogidos entre personas
contagiadas con SIDA y qué era difícil comprender hoy la exclusión que para
entonces—inicios de la década de los noventa— vivían: eran expulsados de sus
trabajos, no conseguían apartamentos para arrendar, y eran rechazados en
restaurantes y cafeterías. En medio del dolor de reconocer que muchos de sus
colegas ya han muerto, la actriz también agradeció el profundo impacto que tuvo
la película en la cultura estadounidense. Hoy la discriminación es menor y eso
se debe en parte a Philadelphia. Si,
al igual que su personaje Andrew Beckett, Demme valora su profesión por la
capacidad de lograr justicia, tiene muchas razones para estar contento con su
obra.
[1] Ver,
por ejemplo, Sarah Shulman, Stagestruck:
Theatre, AIDS, and the marketing of Gay America (Durham, NC: Duke
University Press, 1998), pp. 49-50.
Bet365 YouTube & Videosl - videodl.cc
ResponderEliminarBet365 are a global game provider, with a multi-product portfolio of a varied range of unique, innovative, and best youtube to mp3 converter online innovative games